miércoles, 26 de junio de 2019

La Pequeña Gran Luz

   Cuando nació el primer león en el mundo, todos los animales de la selva fueron a rendirle tributo al pequeño gran rey, todos, excepto las hienas, que eran enemigos de la Madre Leona, por asuntos de poder.



Le llevaron obsequios lujosos y le brindaron todas las
reverencias apropiadas de acuerdo a su real investidura. La Madre Leona, realmente

orgullosa, le indicó a los animales hacer una larga fila para honrar al recién nacido, primero los animales más grandes y luego los más pequeños, según ella, de acuerdo a su orden de importancia en el reino animal. Pasaron elefantes, jirafas, caballos, hasta TeoTeo con su inmensa cola y su gran color verde y también Tino el Rinoceronte.

   Una vez que pasaron los animales más fuertes y robustos, la gran leona gritó:

-     - ¡Aaaaaaaalto!, ya no aceptaremos más obsequios. El rey debe descansar – y murmurando para sus adentros - no creo que ningún obsequio valioso venga de parte de estos insignificantes animales.

   Los animalitos se quedaron sorprendidos y desilusionados a la vez de la actitud de menosprecio por
parte de la Madre Leona y tristes se retiraron a sus cuevitas, madrigueras y demás hábitats. Sólo un pequeño insecto no se rindió, la luciérnaga. Ella albergaba en su corazón que la Madre Leona recibiese su humilde presente para el recién nacido, pues sabía la importancia de su regalo, así que paciente esperó la noche.

   Cuando la Madre Leona se quedó en la soledad con su pequeño y la oscuridad cubrió la selva, se escucharon pisadas alrededor, y el temor de un presentimiento llenó el corazón de la madre…pues sí, su peor temor era real, las hienas, sus más feroces enemigos habían llegado a arrebatarle a su tesoro recién nacido, pues creían que si ellos devoraban al pequeño podrían acceder al trono de la selva.

   Madre Leona no podía ver entre tanta oscuridad y justo en ese momento la luciérnaga, tan pequeña y humilde se acercó a la leona y le dijo:

   - Sabía que mi obsequio te haría falta, menospreciaste a los más pequeños por tu gran orgullo, sin embargo, estoy aquí porque sé que me necesitas.
  
   A lo que la Madre contestó: - No estoy para sermones, qué quieres, la vida de mi cachorro está en peligro. En ese momento la luciérnaga encendió su luz, con la mayor intensidad con la que lo había hecho en su vida, y entonces su luz iluminó los ojos de la leona y así pudo ver en la oscuridad a todas aquellas hienas que la acechaban. Fue así como Madre Leona pudo espantar con su gran fuerza y ferocidad a esos depredadores.

 Cuando estuvieron de nuevo a salvo, la leona sintió una gran vergüenza, su actitud había sido prepotente, sin embargo, un insecto tan pequeñito, apenas visible, le había salvado la vida a ella y a su pequeño. Esa fue la noche en que la Madre Leona comprendió que la grandeza de los animales no iba dada de acuerdo a su tamaño físico, ni su fuerza, sino que cada uno tenía algo valioso que dar, que todos eran importantes en aquel gran reino animal.


   Fue tan importante la lección aprendida por la Madre Leona esa noche, que jamás pudo olvidar la luz de la amiga luciérnaga y su destello se quedó grabado en los ojos de todos los felinos para siempre, por eso desde ese entonces estos animales tienen la capacidad de ver en la oscuridad.

   Así que cada vez que veas brillar los ojos de un gatito o cualquier ojo felino en la noche, recuerda que la lección
aprendida por la leona, que hasta los más fuertes debemos respetar y valorar a quienes podemos considerar erróneamente más débiles, pues en realidad todos guardamos un gran tesoro en nuestro interior.


Y Colorín Colorado este cuento se ha terminado, y si no levantas el dedito…la luciérnaga no te habrá iluminado.


Escrito con amor por: Suyín Isturiz

2 comentarios:

  1. ¡Me gustan mucho tus cuentos! Ya he leído varios y voy siguiéndolos poco a poco. Un saludo.

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    Respuestas
    1. Hola Gabriel, muchas gracias por tu valioso comentario. Es placer que lean lo que uno escribe con cariño. Un abrazo

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